Juzgamos lo que vemos por lo que conocemos, por la relación con nuestro alrededor, por los ambientes creados y por los nuestros propios, es decir, por lo que nosotros creamos, pero también por lo que nos precedía, el entorno natural. El paisaje está formado por elementos que la naturaleza ha puesto ahí, no para su contemplación, sino como resultado de un complejo proceso de evolución natural. El medio existe en sí mismo, pero no se hace paisaje hasta ser percibido.
Por su parte, el paisaje pintado y el paisaje físico son fuentes de memoria de lo experimentado desde la percepción. Dos vertientes distintas de la representación de lo real. El paisaje físico no consigue sobreponerse a la percepción que tenemos de él, pues no hay certeza de que la representación mental de lo percibido tenga una correspondencia exacta con la realidad.
La pintura de un paisaje pretende ser una representación de la percepción de quien lo pinta. Sin embargo, la auténtica creadora libre y espontánea es la propia naturaleza. No imita, no pretende referenciar ni configura espacios siguiendo criterios emocionales, crea y destruye según sus propios patrones biológicos. En este sentido, el aspecto de un paisaje no obedece a ninguna intencionalidad estética, sin embargo, el aspecto físico de todo lo que nos rodea es todo lo que podemos ver, luego debe jugar un papel crucial en el desarrollo de nuestro criterio estético, por lo que podríamos decir que la naturaleza es, en cierta medida, creadora primigenia de la estética.
Según el físico Gerd Binnig, “la naturaleza es creativa y, como el hombre, es capaz de producir cosas nuevas continuamente”. Lo más interesante de la naturaleza desde el arte está no sólo en la re-creación de sus múltiples universos naturales, sino también en el descubrimiento de su verdadero lenguaje y su capacidad para originar materialidad sorprendente para la percepción humana. Por otro lado, el paisaje percibido por la mirada es forma y color, que es lo que el cerebro ve cuando los ojos dejan de mirar, la huella que permanece en nuestra retina y que reconstruye la impresión de un paisaje en nuestro recuerdo. Forma y color vienen determinados por la materialidad, por lo que un paisaje sería una combinación de elementos con una materialidad determinada, la cual es más fácil de observar a pequeña escala.
Desde una perspectiva meramente física el paisaje podría definirse como un área determinada en la que se da una determinada asociación de formas y colores. Si consideramos que nuestro ojo es una cámara, tendríamos un paisaje tanto si tomamos un plano más general como si enfocamos un área determinada. Por tanto, a la percepción y la subjetividad tendríamos que sumarle un tercer elemento: la selección. Es decir, un paisaje percibido es un área determinada seleccionada por un observador que está determinado por la subjetividad.
Con el objetivo de hallar nuevos enfoques creativos para la creación artística, me propuse extraer aprendizajes útiles del estudio de la naturaleza y de su forma de crear materialidad. Para ello recopilé distintas fotografías que muestran el aspecto de cerca de algunos de los materiales que conforman el paisaje Mediterráneo, fotos de estructuras, de espacios tridimensionales secretos y singulares, esa geografía oculta que suele pasar desapercibida para la mayoría pero que es testimonio de la creatividad natural. En este último año he estado trabajando sobre el lienzo esos paisajes ocultos naturales, en los cuales la materialidad ha trascendido su propia naturaleza y ha adquirido cierta organicidad colorista.
Para esta primera incursión en los paisajes que se ocultan tras lo evidente, busco asignar una intencionalidad gestual a la materia. Para ello recupero la idea de grafismo de un antiguo proyecto, concretamente de la exposición Neuma’a. En aquella ocasión el antiguo neuma musical fue una de las piedras angulares del discurso expositivo, y para esta nueva muestra incorporo a materias y texturas una gestualidad gráfica en la que representar su voz, su música, su mensaje oculto, salvaje, fortuito y universal. De este modo se otorga a lo natural la capacidad de representar su existencia con el signo, con la espontaneidad de un grafiti improvisado.
Paulina Real Herrera